Si la madre de todas las rutas se
abrió paso, por derecho propio, entre las grandes vías del mundo, atravesando
los Estados Unidos de América de parte a parte, de Chicago a Los Ángeles fue,
sin duda, porque a lo largo de ese monumental camino - hoy y desde la década de
los 80, ya “descatalogado” como ruta oficial – se encuentra un espectacular
muestrario de las características, culturas y peculiaridades que conforman este
enorme país y sobre todo, porque a lo largo de su recorrido se alimentaron las
esperanzas de montones ingentes de aventureros, de pioneros y de intrépidos
viajeros que, aún hoy siguen – seguimos – soñando con hacer “la 66” con la
misma intensidad e ilusión que debieron poner aquellos nuevos colonos de la América
profunda. Indios y colonos, vaqueros y chicanos, granjeros y ganaderos, rojos
irlandeses y negros afroamericanos, roqueros de tupé y botas de chúpame la punta, marines de gafas oscuras,
ángeles del infierno llenos de tatuajes y chalecos de cuero sin mangas, estupendas camareras de bares de ruta y conductores de camiones de 20 ejes… todos los estereotipos clásicos del estadounidense se van
dando cita a lo largo de la ruta.
Pero sin duda una causa de esta
atracción radica en las cosas y los lugares que, a su paso, la 66 nos acerca a
los viajeros. Grandes zonas de nieves heladas, desiertos espectaculares, ríos
profundos en los que al agua se hunde desangrando a la tierra a centenares de
metros de profundidad, ciudades desinhibidas en medio de la nada, donde el
tiempo se detiene y el espacio es artificial; obras de la ingeniería humana más
desafiante; obras de la ingeniería divina sin parangón; hamburguesas
espectaculares, gasolineras de dibujos animados, moteles, música country y música Jazz, espiritual Negro y Rock & Roll de Memphis… Sensaciones que difícilmente se comprenden
hasta haberlas vivido.
Los que nos embarcamos en la
aventura este próximo mes de marzo tendremos la oportunidad de vivir algunas de
ellas. Sin duda, atravesar ciudades míticas, como Chicago, Santa Fe,
Alburquerque o Santa Mónica – las del sur de innegable sabor español – es en sí
mismo un acicate indudable; desviarnos hacia el capricho hampón de las Vegas –
los que la conocemos lo sabemos bien – es una oportunidad única de visitar una
ciudad, extravagante y hortera hasta sobrepasar los límites de la imaginación,
que se convierte en un monumento al delirio humano. Precisamente por ser tan
delirante es imposible pasar de largo sin disfrutarla, pues es a la vez una
ciudad muy divertida sin necesidad de jugarse un solo centavo en ella.
Dedicaremos alguna entrada a esta ciudad, sin duda, ya sea antes o en ruta.
Pero, si hay un accidente natural
en el camino que deber ser visitado, se emplee el tiempo que se emplee en ello,
ese es sin duda el Gran Cañón del Colorado. Colorado, es el río que le da
nombre y que ha excavado, a lo largo de 365 kmts. de extensión, una depresión
caprichosa que alcanza los 1.600 metros de profundidad, con una anchura de entre
183 metros y ¡27 kmts.!
Durante millones de años este río
empujó, erosionó, horadó, apisonó todo lo que encontró a su paso para alcanzar
el mar en el Golfo de California, en una carrera inexorable que sólo él podía
ganar. El viento, la nieve y la lluvia fueron sus aliados como si todos
supieran lo que etimológicamente significa aventura: “a dónde me lleve el
viento”.
Será sin duda una parada
emocionante. Yo he tenido la oportunidad de sobrevolarlo varias veces y ya
desde el aire resulta conmovedor contemplar la obra del Señor de la Naturaleza;
Esta vez tocará surcarlo sobre el suelo, sobre dos ruedas, contemplando su magnitud
desde el fondo mismo de la tierra o desde lo más alto de sus escarpadas
terrazas y miradores.
Pero como algunos no podemos
esperar, aquí dejo un enlace a una pequeña obra que ilustrará acerca de su
magnitud y belleza. Ya rugen los motores….
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